Andrómeda liberada

Descripción

Las desventuras de Andrómeda comenzaron el día en que su madre afirmó ser más bella que las Nereidas, un grupo de ninfas marinas especialmente seductoras. Las ninfas ofendidas decidieron que la vanidad de Casiopea había ido definitivamente demasiado lejos y pidieron a Poseidón, el dios del mar, que le diera una lección. Como castigo, Poseidón envió un terrible monstruo (algunos dicen que una inundación) para asaltar las costas del territorio del rey Cefeo. Aturdido por la devastación, con sus súbditos clamando por una reacción, el asediado Cefeo se dirigió al Oráculo de Amón en busca de una salida. Se le dijo que para apaciguar al monstruo debía sacrificar a su hija virgen: Andrómeda. Así, la inocente Andrómeda fue encadenada a una orilla rocosa para expiar los pecados de su madre, que observaba con remordimiento desde la orilla. Mientras Andrómeda permanecía encadenada al acantilado azotado por las olas, pálida de terror y llorando ante su inminente destino, el héroe Perseo, recién llegado de la hazaña de decapitar a la Gorgona Medusa, se encontró con la escena. Su corazón se embelesó al ver aquella frágil belleza angustiada. El poeta latino Ovidio, en su libro Metamorfosis, nos cuenta que al principio Perseo confundió a Andrómeda con una estatua de mármol. Pero el viento que agitaba su cabello y las lágrimas calientes que corrían por sus mejillas le revelaron su naturaleza humana. Perseo le preguntó cómo se llamaba y por qué estaba encadenada allí. Andrómeda, completamente diferente a su vanidosa madre, al principio, por timidez, ni siquiera le contestó; aunque le esperaba una muerte horrible en las babosas fauces del monstruo, hubiera preferido, por pudor, ocultar su rostro entre las manos si no las hubiera tenido encadenadas a aquella roca. Perseo siguió interrogándola. Finalmente, por temor a que su silencio pudiera ser interpretado como una admisión de culpabilidad, le contó su historia, que él interrumpió de forma improcedente.